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3 Minutos con Jesús en el evangelio de San Mateo 9,14-15

Evangelio de San Mateo 9,14-15
En aquel tiempo, los discípulos de Juan fueron a ver a Jesús y le preguntaron: «¿Por qué tus discípulos no ayunan, mientras nosotros y los fariseos sí ayunamos?» Jesús les respondió: «¿Cómo pueden llevar luto los amigos del esposo, mientras él está con ellos? Pero ya vendrán días en que le quitarán al esposo, y entonces sí ayunarán».

Meditación
El segundo elemento significativo del camino cuaresmal es el ayuno. Debemos estar atentos a no practicar un ayuno formal, o que en verdad nos “sacia” porque nos hace sentir satisfechos. El ayuno tiene sentido si verdaderamente menoscaba nuestra seguridad, e incluso si de ello se deriva un beneficio para los demás, si nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina sobre el hermano en dificultad y se ocupa de él. El ayuno comporta la elección de una vida sobria, en su estilo; una vida que no derrocha, una vida que no “descarta”.

Ayunar nos ayuda a entrenar el corazón en aquello que es esencial y en el compartir. Es un signo de toma de conciencia y de responsabilidad ante las injusticias, los atropellos, especialmente respecto a los pobres y los pequeños, y es signo de la confianza que ponemos en Dios y en su providencia. Si este mundo carece de algo no es precisamente de preocupaciones. El que tiene hijos se preocupa por ellos, quien tiene ancianos a su cuidado se preocupa por ellos. El empresario se preocupa porque su empresa vaya adelante, el ama de casa se preocupa de que su hogar esté en orden y dispuesto, el estudiante se preocupa por aprobar sus exámenes. Todos tenemos nuestra ración cotidiana de preocupaciones. Algunas sin embargo son muy pesadas, y nadie puede negar su importancia. Son enfermedades o situaciones familiares y sociales de muy difícil solución. El evangelio de hoy nos presenta un aspecto de la figura de Cristo que debe llenar de esperanza los corazones atribulados. Cristo como aquel que “tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras iniquidades”. Pero el que tiene problemas no siempre encuentra una solución a ellos en la oración. Y surge la tentación de pensar que a Cristo le son indiferentes nuestras preocupaciones. Sin embargo, es cierto que Cristo vino a cargar con nuestras flaquezas. Tal vez no como nosotros lo esperamos, pero seguro que sí como Él quiso entregarse. Porque lo que Cristo nos ofrece quizás no sea la solución material a nuestras dificultades, pero no cabe duda que nadie como Él tiene la cura para nuestra alma, el remedio que calma nuestro espíritu, la palabra que pacifica nuestro corazón.

“Muéstranos, Señor, tus caminos, enseñamos tus senderos”

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