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El Año de la Oración, carta pastoral del Obispo Prelado de Moyobamba

Queridos sacerdotes, vida consagrada y fieles laicos:

¡Gracia y paz!

El año 2025, Dios mediante, vamos a celebrar el jubileo de la Encarnación de Nuestro señor Jesucristo con el lema “Peregrinos de esperanza”, por este motivo el Papa Francisco durante el Ángelus del 21 de enero ha inaugurado oficialmente el Año de la oración, con el lema “Señor, enséñanos a orar”.

Creo que es muy conveniente que nos preparemos al gran jubileo del próximo año muy unidos a María, la Madre del Señor, por eso, declaro este año en nuestra Prelatura de Moyobamba como Año Mariano con el lema “Con María peregrinos de esperanza”.

No se trata de un Año con iniciativas particulares; más bien, de un momento privilegiado para redescubrir el valor de la oración, la necesidad de la oración diaria en la vida cristiana; cómo orar, y sobre todo cómo educar a orar hoy, para que la oración sea eficaz y fecunda.

Para ello, el Papa Francisco da comienzo a este año especial durante el cual se trabajará en la Prelatura de Moyobamba para redescubrir la centralidad de la oración. En preparación del Año Santo 2025 invito a las parroquias, a los movimientos eclesiales y a las comunidades religiosas a promover momentos de oración individual y comunitaria. Propongo “peregrinaciones de oración” hacia el Jubileo o escuelas de oración con etapas mensuales o semanales en las que se implique a todo el Pueblo de Dios.

Queridos hermanos, acojamos esta iniciativa del Papa Francisco, para fortalecernos en nuestra espiritualidad y seamos testigos de Jesús con nuestras palabras y obras.

¡Señor, con María, enséñanos a orar para ser peregrinos de esperanza!

La oración es la elevación del alma a Dios, es la petición al Señor de bienes conformes a su voluntad, es relación personal y viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones. “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría” (Santa Teresa del Niño Jesús).

El Dios vivo y verdadero nos llama a cada uno de nosotros al encuentro con Él en la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la actitud de cada uno de nosotros ha de ser siempre una respuesta a la sed que Dios tiene del amor de cada uno de sus hijos como hizo María de Nazaret.

Oremos con María adorando a Dios tres veces Santo, reconociendo que somos criaturas suyas y por gracia hijos en el Hijo. Exaltemos la grandeza del Señor que nos ha hecho y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Humillemos el espíritu ante el Señor en silencio respetuoso en presencia de Dios. La adoración de Dios nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.

Queridos sacerdotes, promovamos en las parroquias la adoración prolongada de la Santísima Eucaristía, expuesta en la custodia. Invitemos a los fieles a formar grupos de adoración. Una parroquia que adora al Santísimo dará muchos frutos de santidad.

Oremos con María bendiciendo Dios como nuestra respuesta agradecida a los dones que de Él recibimos: bendigamos al Todopoderoso, quien primeramente nos bendice y colma con sus dones.

La oración de María se nos da a conocer antes de la Encarnación del Hijo de Dios, en la fe de la humilde esclava. El don de Dios encuentra en ella la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos. La “llena de gracia” responde con la ofrenda de todo su ser: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Así ha de ser nuestra oración, como la de María: ser todo de Él, ya que Él es todo nuestro.

El cántico de María, el Magnificat, es el cántico de la Madre de Dios, cántico de acción de gracias y alabanza por la plenitud de gracias derramadas en la historia de la salvación y en ella misma, cántico de los pobres cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres “en favor de Abraham y su descendencia, para siempre” (Lc 1,55).

Oremos con María dando gracias a Dios incesantemente por todos sus beneficios para con nosotros, sobre todo cuando celebramos la Eucaristía, en la cual Cristo hace partícipe a la Iglesia de su acción de gracias al Padre. Todo acontecimiento es para el cristiano un motivo de acción de gracias, también los acontecimientos dolorosos.

Oremos alabando a Dios, reconociendo directamente que Dios es Dios; la alabanza es totalmente desinteresada: canta a Dios por sí mismo, se alegra y le da gloria por lo que Él es.

La oración de María coopera de manera única con el designio amoroso del Padre en la anunciación para la concepción de Cristo. El Hijo de Dios, hecho Hijo de la Virgen, aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. Él aprende de su madre las fórmulas de oración; de ella, que conservaba todas las cosas del Todopoderoso y las meditaba en su corazón.

Qué importante es la misión de los padres en la evangelización de sus hijos, especialmente iniciándolos en el encuentro con el Señor y la Virgen a través de la oración. Invito insistentemente a los padres católicos a orar en familia con María Santísima con y por sus hijos. Exhorto a los sacerdotes, religiosas y laicos a formar grupos de oración de madres en las parroquias. Qué importante es que memoricemos las oraciones fundamentales, pues nos ofrecen una base indispensable para nuestra vida de oración.

El Evangelio nos muestra frecuentemente a Jesús en oración. Lo vemos retirarse en soledad, con preferencia durante la noche; ora antes de los momentos decisivos de su misión o de la misión de sus apóstoles. Toda la vida de Jesús es oración, pues está en constante comunión de amor con el Padre.

El Evangelio nos revela cómo María también ora e intercede en la fe: en Caná la madre de Jesús ruega a su Hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa, en cada celebración de la Santa Misa. La Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración.

Oremos a Dios con María intercediendo, pidiendo en favor de otro. La intercesión es propia de un corazón conforme a la misericordia de Dios. Esta oración nos une y conforma con la oración de Jesús, que intercede ante el Padre por todos los hombres, en particular por los pecadores. La intercesión es expresión de la comunión de los santos y debe extenderse también a los enemigos.

Jesús nos enseña a orar no sólo con la oración del Padre nuestro, sino también cuando Él mismo ora. Además del contenido, nos enseña las disposiciones requeridas para una verdadera oración: la pureza del corazón, que busca a Dios y perdona a los enemigos; la confianza audaz y filial, que va más allá de lo que sentimos y comprendemos; la vigilancia, que nos protege de la tentación.

Nuestra oración, si está unida mediante la fe a la oración de Jesús, es eficaz porque en Él la oración cristiana es comunión de amor con el Padre; podemos presentar nuestras peticiones a Dios y ser escuchados: «Pidan y recibirán, para que su gozo sea colmado» (Jn 16, 24).

Oremos con María pidiendo a Dios de diversas formas: pidiendo perdón o también suplicando humilde y confiadamente por todas nuestras necesidades espirituales y materiales; pero lo primero que debemos desear y pedir es la llegada del Reino de Dios a nuestros corazones, a nuestras familias a nuestros pueblos y ciudades, a nuestro Perú.

La oración de Jesús durante su agonía en el huerto de Getsemaní y sus últimas palabras en la Cruz revelan la profundidad de su oración de Hijo: Jesús lleva a cumplimiento el plan amoroso de salvación del Padre; en esa hora de la nueva Alianza, al pie de la Cruz, María ora al Padre y ofrece unida a Cristo el sacrificio de nuestra redención, es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la verdadera “madre de los que viven”.

Jesús toma sobre sí todas nuestras angustias, todas nuestras súplicas e intercesiones, las nuestras y las de toda la humanidad y las presenta al Padre, el Padre las acoge y escucha, y responde a ellas más allá de toda esperanza, resucitando a Jesús de entre los muertos.

Qué importante es que aprendamos de Cristo y de María a orar en medio de nuestros sufrimientos y a ofrecerlos por la redención del mundo y que enseñemos desde nuestra experiencia a otros. Esto es clave en la pastoral con los enfermos, ancianos y necesitados.

María coopera de manera única con el designio amoroso del Padre, ora e intercede en la fe en Pentecostés para la formación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo.

La presencia del Espíritu Santo en la oración es insustituible, puesto que el Espíritu Santo es el Maestro interior de la oración cristiana y “nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26), la Iglesia nos exhorta a invocarlo e implorarlo en toda ocasión: “¡Ven, Espíritu Santo!”.

En virtud de la singular cooperación de María con la acción del Espíritu Santo, la Iglesia ama rezar a María y orar con María, la orante perfecta, para alabar e invocar con Ella al Señor. María nos muestra el camino que es su Hijo, el único Mediador.

El camino de nuestra oración es Cristo, porque ésta se dirige a Dios, pero llega a Él si oramos en el Nombre de Jesús. Su humanidad es el único camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre. Queridos hermanos, la Iglesia reza a María, ante todo, con el Ave María, oración con la que pedimos la intercesión de la Virgen. Otras oraciones marianas son el Rosario, las antífonas marianas… Que no falte en la vida de cada cristiano, en la familia, en las parroquias y movimientos eclesiales el rezo del Rosario, arma eficaz de evangelización y contra el Maligno.

Para orar podemos acudir a la Palabra de Dios, que nos transmite “la ciencia suprema de Cristo” (Flp 3, 8); a la Liturgia de la Iglesia, que anuncia, actualiza y comunica el misterio de la salvación; a las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad; a las situaciones cotidianas, porque en ellas podemos encontrar a Dios.

Oramos vocalmente, asociando el cuerpo a la oración interior del corazón; incluso cuando practicamos la más interior de las oraciones no podemos prescindir del todo en nuestra vida cristiana de la oración vocal. Ésta debe brotar siempre de una fe personal. Con el Padre nuestro, Jesús nos ha enseñado una fórmula perfecta de oración vocal.

Oramos meditando, reflexionando sobre la Palabra de Dios en la Biblia; haciendo intervenir a nuestra inteligencia, nuestra imaginación, nuestra emoción, nuestro deseo, para profundizar nuestra fe, convertir el corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo y unirnos más con el Señor.

Oramos contemplando, mirando sencillamente a Dios en el silencio y el amor. La contemplación es un don de Dios, un momento de fe pura, durante el cual cuando oramos buscamos a Cristo, nos entregamos a la voluntad amorosa de nuestro Padre y nos recogemos bajo la acción del Espíritu. Santa Teresa de Jesús la define como una íntima relación de amistad: “estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama”.

Así oraba San Juan María Vianney, el santo cura de Ars: “Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente. Dios mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos que te amo, quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro”.

Los santos son para nosotros modelos de oración, y a ellos les pedimos que intercedan, ante la Santísima Trinidad, por nosotros y por el mundo entero; su intercesión es el más alto servicio que prestan al designio de Dios.

La familia cristiana es el primer ámbito de educación a la oración. La experiencia nos dice que las oraciones que aprendemos en la familia jamás se olvidan, por eso, recomiendo de manera particular la oración cotidiana en familia, pues es el primer testimonio de vida de oración de la Iglesia.

Los sacerdotes, religiosos y religiosas, testigos del encuentro con el Señor en la oración, son también responsables de la formación en la oración de sus hermanos y hermanas en Cristo. La catequesis, los grupos de oración, los movimientos eclesiales, la dirección espiritual son una escuela y una ayuda para la oración.

Podemos orar en cualquier sitio, pero elegir bien el lugar tiene importancia. El templo es el lugar propio de la oración litúrgica y de la adoración eucarística; también otros lugares ayudan a orar, como “un rincón de oración” en la casa familiar, un monasterio, un santuario, una peregrinación.

Todos los momentos son indicados para la oración, pero la Iglesia propone a los fieles ritmos destinados a alimentar la oración continua: oración de la mañana y del atardecer, antes y después de las comidas, la Liturgia de la Horas, la Eucaristía del domingo y fiestas de precepto, el Santo Rosario, las fiestas del año litúrgico, la religiosidad popular.

La oración es un don de la gracia, pero presupone siempre una respuesta decidida por nuestra parte, pues cuando oramos combatimos contra nosotros mismos, contra el ambiente y, sobre todo, contra Satanás, que hace todo lo posible para apartarnos de la oración. El combate de la oración es inseparable del progreso en la vida espiritual: se ora como se vive, porque se vive como se ora.

Muchas veces pensamos que no tenemos tiempo para orar o que es inútil orar. A veces nos desanimamos frente a las dificultades o los aparentes fracasos. Para vencer estos obstáculos son necesarias la humildad, la confianza en Dios y la perseverancia. A veces también nos distraemos, nuestro corazón debe entonces volverse a Dios con humildad. A menudo la oración se ve dificultada por la sequedad, no siento nada, decimos, este estado lo podemos superar uniéndonos al Señor en la fe.

También la pereza espiritual, debida al relajamiento de la vigilancia y al descuido de la custodia del corazón es un obstáculo para la oración, mantengámonos firmes en la constancia, porque Dios es para nosotros un Padre cuya voluntad deseamos cumplir, si nuestra oración se une a la de Jesús, sabemos que Él nos concede mucho más que este o aquel don, pues recibimos al Espíritu Santo, que transforma nuestro corazón.

Orar es siempre posible, pues el tiempo del cristiano es el tiempo de Cristo resucitado, que está con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Oración y vida cristiana son inseparables. “Es posible, incluso en el mercado o en un paseo solitario, hacer una frecuente y fervorosa oración. Sentados en su tienda, comprando o vendiendo, o incluso haciendo la cocina” (San Juan Crisóstomo).

Algunos instrumentos útiles para comprender mejor y redescubrir el valor de la oración.

Las 38 catequesis sobre la Oración del Papa Francisco, del 6 de mayo de 2020 al 16 de junio de 2021.

La serie titulada “Apuntes sobre la Oración” de la Librería Editora Vaticana.

Está disponible online, en versión digital, un subsidio pastoral para ayudar a las comunidades parroquiales, las familias, los sacerdotes, las monjas de clausura y los jóvenes a vivir con mayor conciencia la necesidad de la oración diaria.

La Carta Apostólica el Rosario de la Virgen María del Papa San Juan Pablo II.

Me despido de todos ustedes, queridos hijos, con unas palabras del Papa Francisco: “Les pido que intensifiquen la oración para prepararnos a vivir bien este acontecimiento de gracia y experimentar la fuerza de la esperanza de Dios. El cristiano, como María, es un peregrino de esperanza”.

¡Feliz y santo Año de la Oración para la Iglesia que vive y camina en la Prelatura de Moyobamba! Con mi afecto y bendición.

Moyobamba, 14 de febrero de 2024

A continuación, la Carta Pastoral completa:

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